Corría el año 57 y la señora Glass estaba muy preocupada por el incierto futuro de su hijo, recién graduado en la Universidad de Chicago. "Si te vas a Nueva York a estudiar música acabarás como tu tío Henry", le dijo. Aquel Henry era un músico itinerante que tocaba la batería en teatros de variedades y salas de baile. "Eso es lo que realmente quiero", contestó el joven Philip. A la mañana siguiente tomó el autobús que lo conduciría desde las calles de Baltimore hasta el sueño de la creación vagabunda. No fue, sin embargo, un camino de rosas: la ópera 'Einstein on the Beach' lo consagró en 1976 como uno de los más grandes compositores del planeta, pero durante las dos décadas anteriores se ganó la vida arreglando tuberías o conduciendo taxis y camiones de mudanzas. También vivió en París y recorrió la India, un viaje iniciático que le dejó una huella indeleble.Philip Glass es una figura central en la cultura contemporánea. Sus sinfonías, óperas, bandas sonoras y piezas de cámara han entrado por derecho propio en la partitura de nuestro tiempo. Sus rupturas, sus audacias, son ya insoslayables. En este libro, sin embargo, Glass también se descubre como un cronista agudo y minucioso, como un narrador nato que con pocos trazos logra dibujar anécdotas, atmósferas y personajes (entre ellos, Allen Ginsberg, Ravi Shankar, Doris Lessing, Richard Serra, Leonard Cohen o Martin Scorsese). No será fácil igualar su recreación de la bohemia neoyorquina durante la segunda mitad del siglo XX. 'Palabras sin música' no es la exégesis de una obra, sino el espejo de una vida apasionante. Es, además, un canto al poder del arte para transformar el mundo.
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