Todos los textos de este volumen defienden una filosofía escéptica de la finitud humana. Su tesis antropológica es que los seres humanos son aquellos que deben hacer, pueden hacer y hacen algo en vez de. El ser humano no es un ser absoluto, sino que --como un ser finito que debe aplazar su perecer, descargarse del absoluto y hacer su vida plural-- es principalmente un ser inútil, que de manera secundaria se convierte en homo compensator. El objetivo, pues, es llegar a una especie de filosofía de la compensación. El autor descubrió esta filosofía cuando, inmediatamente después del final de la segunda guerra mundial, como miembro de la llamada «generación escéptica», convirtió el horror y el desencanto en una posición filosófica, al mismo tiempo que empezaron a obsesionarle los temas de la presunta bondad divina y el mal en el mundo. Entonces llamó su atención el tema de la autonomización propio de la teodicea: concluir la no existencia de Dios a partir del asunto de la bondad divina. La experiencia de los últimos doscientos años enseña que el ser humano no soporta ese papel: las filosofías basadas en su carácter absoluto fracasan, y con ello se produce una hecatombe de los principios, una filosofía de la finitud y de formas finitas de responder a las deficiencias de la realidad, es decir, una filosofía de la compensación.
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