En la Grecia antigua, la Guerra del Peloponeso con la que se cierra el siglo V a.C. significó el comienzo del deterioro de los rasgos que habían permitido el establecimiento de la ciudad clásica, en la que había surgido una democracia con carácter social, dentro de las limitaciones impuestas por las relaciones esclavistas. En el siglo IV, las transformaciones en todo el mundo griego muestran los síntomas de la decadencia del modelo clásico y el retroceso del protagonismo del pueblo y la democracia, aun cuando las oligarquías no encuentren de inmediato el modo de consolidar su victoria. En este contexto interviene Macedonia, potencia en ascenso que se hizo fuerte a base de aprovechar la dinámica de las fuerzas sociales que habían colaborado a la destrucción de la democracia. Filipo y Alejandro consiguieron importantes éxitos en esa vía, pero sólo fomentaron las ansias de poder personal que se tradujo en los conflictos entre sucesores que marcaron las décadas subsiguientes. Sus apoyos se hallaban en el creciente poder de los ejércitos, pero a menudo las rivalidades llevaron a la búsqueda de apoyos populares que empezaron a disgustar a las oligarquías, hasta que éstas hallaron la solución en la intervención romana, el estado que entonces comenzaba su aventura imperialista. Domingo Plácido nos invita en este libro a realizar un recorrido a través de esta historia en la que las ciudades estados griegas son forzadas a integrarse en las estructuras territoriales más amplias de los nuevos estados, los reinos del mundo helenístico.
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