Durante los siglos XVI y XVII el pensamiento humano, o al menos el europeo, sufrió una profunda revolución que transformó el marco y los patrones de nuestro pensamiento una revolución de la que la ciencia y la filosofía modernas constituyen a la vez la raíz y el fruto. Esta revolución o, como también se la ha llamado esta crisis de la conciencia europea, se ha descrito y explicado de muy distintos modos: pero es algo comúnmente admitido que el desarrollo de la nueva cosmología, que sustituyó al mundo geocéntrico e incluso antropocéntrico de la astronomía griega y medieval por el heliocéntrico y, más tarde por el universo sin centro de la astronomía moderna, desempeñó una función suprema en este proceso. Para Koyré cabe hablar de una destrucción del cosmos: la sustitución de la concepción del mundo como un todo finito y bien ordenado, en el que la estructura espacial incorporaba una jerarquía de perfección y valor, por la de un universo indefinido o aun infinito, que ya no estaba unido por una subordinación natural sino que se unificaba tan sólo mediante la identidad de sus leyes y componentes últimos y básicos. La ciencia, la filosofía y la teología, representadas muy a menudo por las mismas personas, confluyen y toman parte en el gran debate que comienza con Bruno y Kepler para terminar, sin duda provisionalmente, con Newton y Leibniz.
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