José Enrique Miguens sigue paso a paso la línea de filiación conceptual de estos movimientos totalitarios, o modernistas-satanistas, desde que los autócratas del Imperio bizantino utilizaron el neoplatonismo con el membrete de cesaropapismo, hasta que a partir del Renacimiento empiezan a desfilar figuras tan representativas de la modernidad como Maquiavelo, Espinosa y Hegel. El autor se detiene sobre todo en Hegel, dada su pretensión de encarnar el Espíritu Absoluto en su sistema y la influencia de ese sistema en religiones políticas posteriores, como el comunismo marxista y el nacional-socialismo hitleriano. Lo que Hegel representa en lo intelectual su coetáneo Napoleón lo va a representar en lo político con su no menos megalómana pretensión de llevar a su culminación la historia gracias a una revolución de la que se esperaba que transportase al mundo a la ansiada edad de oro a despecho del terror con que se había iniciado tan prometedora operación.
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