Me gustaría que se leyera este libro como se entra en una habitación íntima, en una tarde de lluvia, y uno se pone cómodo, se sirve un té o una copa y se siente a gusto sin necesidad de ir a otra parte. Esta habitación unas veces será luminosa con la ventana abierta por donde llegan los perfumes desde el fondo de la memoria; otras, podrá ser cálida y confortable, y bastará con observar el pavimento de madera, los cuadros, los muebles, las fotos amarillas que se guardan en el álbum, mientras suena una música de jazz. Si el lector, al terminar el libro, cree que ha pasado la tarde en el mejor lugar de la propia casa que le duele abandonar, podré imaginar que he escrito lo que quería. Vendería el alma al diablo antes que refugiarme en la nostalgia. Éste sólo es un espejo interior donde se refleja el tiempo vivido. MANUEL VICENT
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