Las grandes ciudades modernas también regalan ciertas ocasiones de ver y sentir lo inmenso que solo muy de vez en cuando se ofrece entre fronteras. Las calles estrechas para las multitudes, los ríos canalizados que hunden sus hilos en el cemento, las torres que rajan nubes y vientos compitiendo por dominar las alturas, el laberinto de sus grutas para dormir y comer. La acumulación amplia y apretada, profunda y altiva de los obstáculos que luchan por anteponerse a la visión ambiciosa de anchura, habla, en cambio, de la laboriosa inventiva humana como de un pozo sin límites. También esta es capaz de denunciar sensiblemente una inmensidad que forma parte del mundo entero, ese desconocido al que pertenecemos y al que iremos a parar en definitiva.
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