Pocas cosas han sido tan preocupantes y aun desasosegantes como la despreocupada falta de desasosiego, en los últimos años, por parte de la opinión pública de esta Europa muellemente declinante en su cómoda indiferencia, tolerante para con todo aquello que no turbase su digestión. Inútiles parecen haber sido al respecto los avisos de pensadores como Heidegger y Levinas sobre la obcecación de Occidente. Inútiles han sido también, acrecentando con ello el desasosiego en algunos las advertencias de dos poetas: Hölderlin y Celan, hermanos también ellos en el dolor de la compartida orfandad, siendo como eran, los dos, poetas de una teología imposible.
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