Los niños y niñas de hoy pasan la mayor parte de su tiempo en espacios cerrados, sentados, mirando una pantalla. Viven constantemente bajo una supervisión adulta obsesionada con la seguridad y, prácticamente, ya no disfrutan de momentos de juego autónomo al aire libre. Su creciente aislamiento del mundo natural se intenta compensar con un exceso de productos y tecnología (peluches, juguetes, libros, fichas, cromos, películas, juegos electrónicos…) que suplantan a los seres de la naturaleza. Una realidad virtual que les aleja aún más de la vida, reduciéndoles a un papel de espectadores y consumidores pasivos. La escasez de espacio y posibilidades de movimiento, la gran cantidad de representaciones abstractas, sin relación alguna con su experiencia directa, el continuo bombardeo de estímulos (luces, colores chillones, ruidos, velocidad..) al que están sometidos y, en definitiva, la falta de naturaleza, podrían estar en la base de numerosas dolencias que aquejan actualmente a la infancia: obesidad, desequilibrio de biorritmos, problemas motores y del lenguaje, asma, estrés, agresividad, TDHA, depresión… Los niños necesitan la naturaleza. Se sienten espontáneamente atraídos por ella y, en su contacto, se desarrollan de forma más saludable a todos los niveles: físico, emocional, mental, social y espiritual. Estar al aire libre (al menos tanto tiempo como el que pasan dentro), en interacción directa con la vida, debería ser reconocido (y ejercido) como un derecho fundamental de la infancia, en nuestras sociedades.
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