"Quisiera llamar la atención sobre una consecuencia ineludible del moderno debilitamiento de las distinciones. La sociedad contemporánea no puede por menos que materializar escalas de valores, rangos y jerarquías en todos los posibles ámbitos. Como declarada sociedad de la competencia, ella no puede hacer otra cosa. No obstante, ella tiene que distribuir sus espacios desde premisas igualitarias -no tiene más remedio que suponer que los competidores parten de idénticas premisas-. Se cuenta con que, tanto en los mercados como en los estadios, la distinción entre vencedores y perdedores no es testimonio ni origen de ninguna distinción esencial, sino sólo una lista de honor que siempre es susceptible de posible revisión. Es aquí donde se anuncia un acto de fuerza psicopolítico sin parangón histórico: el intento de proteger a las masas móviles, envidiosas, impulsadas por la reivindicación de sus derechos y enfrascadas en la incesante tarea de competir por alcanzar los lugares privilegiados, de caer en las peligrosas depresiones de los perdedores. Si no existiera un esfuerzo constante encauzado hacia la compensación de los miembros en pugna, una sociedad compuesta de masas subjetivadas necesariamente se haría pedazos a causa de sus tensiones envidiosas endógenas. Ella estallaría a causa del odio de aquellos en quienes fracasa el procedimiento civilizador orientado a convertir a los vencidos no competitivos en perdedores competitivos." "Hasta ahora los filósofos sólo han halagado de maneras diferentes a la sociedad; es hora de provocarla."
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