Una de las enseñanzas ideológicas más persistentes en los Estados Unidos es que nuestra sociedad está especialmente libre de enseñanzas ideológicas. La ideología es algo importado de tierras extrañas o que han introducido en nuestros hogares grupos supuestamente siniestros, como la “ideología comunista”. Sin embargo a los americanos se nos adoctrina sobre ciertos preceptos, como el patriotismo, el hombre rico hecho a sí mismo y la viabilidad rentable del mercado libre. También recibimos nociones sobre raza, clase y relaciones de género y sobre la distribución democrática del poder en nuestra sociedad pluralista. Mi opinión es que la mayoría de estas creencias son en sí mismas ideológicas. Sin embargo circulan ampliamente, permanecen libres de cualquier examen crítico y se considera que representan el orden natural de las cosas. La cultura es cualquier cosa menos neutral. Es algo más que nuestra herencia común, que el aglutinador social de nuestra sociedad. El pensador político del siglo XVIII, Edmund Burke, se refería a ella como el vínculo imponderable de consenso que mantiene unida a la sociedad. Pero la cultura además de ser un campo de consenso también lo es de conflicto. Mientras que algunos de sus atributos los comparten prácticamente todos los miembros de la sociedad, en otros no ocurre así. Muchas costumbres operan en beneficio de algunas personas en particular y en perjuicio de otras. En otras palabras, la cultura frecuentemente es algo que envuelve privilegios y desigualdades.
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